miércoles, septiembre 27, 2006

MI NOCHE EN BLANCO

El viernes pasado no pude quedar finalmente con Carla. La inesperada y fugaz visita de mi compañero de piso durante cinco años de universidad hizo que cancelara, muy gustosamente, cualquier otro compromiso (queda pendiente para esta semana). Cambié una noche de tensión sexual por resolver por una llena de recuerdos de lo que fuimos y lo que queríamos ser. No creo haberme equivocado. Tampoco me arrepiento.

Al día siguiente, sábado 23 de septiembre, Madrid se unía a otras capitales europeas en un proyecto bautizado como “La Noche en Blanco”. Se trataba de una iniciativa cultural gratuita que tenía como protagonistas a la ciudad y sus habitantes. Arte en las calles, espectáculos en los espacios públicos, proyecciones, actuaciones mil, apertura de museos durante toda la noche, libre acceso a edificios históricos, etc. La luna pondría la luz. Los madrileños las ganas. Sonaba bien.

Después de casi cuatro meses sin verla y al menos dos sin saber nada de ella, el viernes por la tarde, mientras callejeaba Madrid como mi antiguo compañero de piso, me llamó Andrea para que saliera con ella el sábado. Andrea es una antigua compañera de trabajo con la que mantengo una genial relación. De esas que pese a que pasen unos cuantos meses sin saber nada el uno del otro el reencuentro es como si nos hubiéramos visto el día anterior. Aunque apenas coincidimos un año trabajando juntos, y de esto hace ya casi tres, siempre ha habido mucha complicidad entre los dos pese a no tener demasiadas cosas en común. Andrea es la típica niña bien metida a progre. Hija única de familia de provincia, con padre Alcalde casi vitalicio de su pueblo, casa unifamiliar al lado de la Plaza Mayor con balcón para saludar y terrenos que se miden en cientos de hectáreas.

Para disgusto de sus padres, al acabar el colegio (de monjas por supuesto) se vino a estudiar a Madrid. Publicidad. La niña había salido moderna y pese a que el primer año de estudios aguantó como pudo en un Colegio Mayor (de monjas de la misma orden que las de su colegio de toda la vida), en segundo de carrera se fue a vivir sola. Sus padres le compraron un apartamento en la calle Fuencarral esquina Augusto Figueroa que pintó de colores y fue llenando de inciensos y cuadros warholianos. Más de cuarenta millones. En mano. Verde y rojo. Cenicero bola 8.

Cuando yo la conocí acababa de volver de Londres, Zona 1, donde había estado viviendo un año perfeccionando su inglés. El tiempo que le quedaba libre entre Fabric y Candem trabajaba en un “Pret a Manger”. Cafés & sándwiches & thanks a lot. De vuelta a Madrid empezó a hacer prácticas en mi antigua agencia. Desde el principio cayó bien. Pese a su osadía de comparar a Oasis con los Beatles. Divino tesoro. La chapa el fetiche, La Meca el Mercado de Fuencarral. El atractivo de Andrea reside en su falsamente inocente cara de niña, su perenne sonrisa y su desbordante optimismo. Su excesivo dinamismo, una cierta altanería y su afán por saberlo siempre todo aparecen en mi listado de sus cosas malas. Rubia, delgada, no muy alta y guapa a rabiar, hace lo que quiere con los chicos más jóvenes que confundidos en su edad arrastran sus zapatillas Vans detrás de ella. Nunca pasó nada entre nosotros. Ni pasará. Sería imposible. Quedamos, cenamos, hablamos (ella más), nos emborrachamos e incluso alguna vez hemos compartido cama en el sentido más casto de la palabra sin que ninguno buscara el roce nocturno. Ella me habla de sus ligues (muchos), yo de los míos (menos), nos reímos el uno del otro y hasta la próxima. Que puede ser tres meses más tarde.

Tal y como habíamos hablado el viernes por teléfono, el sábado se vino a mi casa a última hora de la tarde y fuimos a cenar a Nodo. En su bolso dos CDs mios. En el plato, gamba roja con té negro y coca de anguila con aceite de dos currys. Peor que otras veces. Bajamos andando toda la calle Velázquez que estaba sin iluminar y giramos en Alcalá hasta llegar a su famosa Puerta, donde se proyectaban siluetas de escaladores que parecían trepar por sus muros. No estaba mal. La gente iba y venía. Madrid estaba en la calle. Cruzamos la Plaza Mayor inundada por una muchedumbre ansiosa por descubrir los secretos del Madrid nocturno que esa noche se ponían al desnudo y llegamos a los Jardines de Oriente. Las supuestas estatuas vivientes que deberían haber estado allí se habían ido. O no habían llegado. A la 1:30 de la mañana arribamos con puntualidad británica a los Jardines de Sabatini para ver el espectáculo de danza contemporánea al que Andrea me quería llevar. Bailaba una amiga suya que quería presentarme. Anulado. Un breve chaparrón. El suelo del escenario resbaladizo. La cara de tontos. Yo sin bailarina. Pasamos al lado de la cola eterna para entrar al Palacio Real y caminamos hasta Conde Duque, donde Pablo Pérez-Minguez organizaba una exclusiva foto-party con foto exclusiva a cada invitado obra del artista. Solo 600. Llegamos tarde. En el patio, se proyectaba una parlante boca anónima sobre un globo enorme con forma de cabeza. Arte moderno. Pusimos rumbo hacia el Teatro Albéniz. Con las risas por el fracaso de nuestra Noche en Blanco nos confundimos y llegamos al Alfil. De nuevo a caminar. En el Albéniz había un recital de cantautores madrileños no muy conocidos. Ni Ismaelesserranos ni Javieresálvarez. Podía estar bien. Llegamos a las 3 y media. Sobre el escenario Antonio de Pinto. Un tío bastante bueno que pese a llevar muchos años persiguiendo a Auxi sobre las tablas sigue siendo más rápido que el éxito. Después Luis Ramiro. Sin disco pero con club de fans veinteañeras que abordaron filibusteramente las primeras filas nada más verle aparecer. Nunca lo había escuchado. Me gustó. Se había puesto fondón, según escuché comentar detrás de mí con tono brujeril a dos ahora ex-fans. Por último David Torrico. Muy lento, demasiada guitarra y la gente yéndose del teatro. A las 5 y cuarto salimos y acompañé a Andrea hasta su partamento. ¿Subes?. Me voy a la mía. Dos besos. Mutuo cuídate. Caminé hacia mi casa entre decenas de grupos de personas que iban hacia el Retiro para ver amanecer con música acústica de fondo. Las aceras llenas. Ni un taxi libre en la carretera. Ni una puta en Montera. Los chinos seguían en Sol. La luna en el cielo. Gran Vía, Alcalá, Velázquez. A las seis de la mañana cerré detrás de mí la puerta de mi apartamento. Sábado. Noche en blanco. Quien sabe cuantos kilómetros caminados. Ni una copa. Tres gambas. Media botella de vino blanco. Me preparé un Gin&Tonic y sonreí. Andrea, seguramente, estaría haciendo lo mismo.

martes, septiembre 19, 2006

PANTALONES CON RAYA

El problema de Juanita es que no escucha. O peor aún. Que hace lo que le da la gana. Esta mañana me he levantado tarde, como siempre. Al menos como todos los días desde que he vuelto de vacaciones. Definitivamente tengo que cambiar la emisora de mi despertador. Kiss FM, sintonizada totalmente al azar cuando decidí cambiar por música los debates matinales, consigue dormirme más que despertarme. Es como si las canciones se metieran en mi sueño. Un desastre, vamos. Y dos semanas llegando tarde a la oficina como resultado. Nada importante.

Cuando todavía somnoliento he salido de la ducha para abrir mi armario he descubierto que todos mis pantalones estaban planchados con raya en medio. ¡Todos!. Incluidos los vaqueros. Y mira que se lo he dicho. Más que por favor, por piedad, Juanita, con raya no. Le da igual. Y a mi lo que me da es vergüenza. Pero la prisa manda. Así que he tenido que venir a la oficina con este asco de pantalones. Esta mañana he dado menos paseos que nunca. Formalito en mi sitio. Con las piernas debajo de la mesa. Con la raya en medio.

Aunque no debería avergonzarme. La fauna que puebla mi oficina merecería una detallada descripción individual que ni por tiempo, ni por ganas haré. No me merece la pena. Hay un par de chicas monas. Había tres, pero una se fue hace un par de meses. Carmen C. , Directora de División. Mejor. Me había liado con ella varias veces y la situación comenzaba a complicarse. Nos veíamos demasiado y empezaba a estar cansado, a sentirme incómodo. Cuanta razón tiene la cultura popular: “Donde tengas la olla…”. Se fue y me ahorre el mal rato. Aunque también reconozco que echo de menos sus insinuaciones descaradas, sus roces en el ascensor, sus mails pervertidos, los besos furtivos en su despacho o los polvos contrareloj en la sala de juntas en las horas extra-extras. Adoro las treintañeras decididas. Aún así estoy mejor ahora. Los polvos ya me los buscaré fuera. Y para mails pervertidos los que envía el de sistemas. “Responsable del Departamento de motivación interna masculina” dice ahora que es. Que jodio. Y que pajero.

De las otras dos hay una que me tienta bastante. Más que tentar sirve de motivación oficinesca ya que se presta al coqueteo de pasillo. Sandra tiene 29 años, unos ojazos color miel y un pelazo negro y brillante cual gitana. También tiene unas piernas que prometen El Dorado y un vestidor de 12 metros cuadrados para poder guardar su colección de trajes. Siempre Americana. Unas veces falda. Otras pantalón. Imprescindible el tacón. Prefiero la falda. Me pierden los tacones.¿Fetichismo?. Creo que lo que más me atrae de ella es su rollo estirada, como de mirar por encima del hombro, como de dar caña, de provocar marcando las distancias.¿Masoquismo?. Me encanta como anuncia su llegada. Primero se escuchan sus tacones sobre la tarima, después su olor. Su perfume le precede. Me arriesgo si afirmo que Prada o Escada. Uno de esos seguro. La veo pasar, sonríe, sonrío. Si acaso le suelto alguna gracia. Se ríe de nuevo y me regala un golpe de melena. He descubierto que me gusta mirarla. ¿Voyeurismo?. Uff! Debería preocuparme tanto …ismo.

Nunca hemos coincidido fuera de la oficina más allá de las típicas cañas de verano a la salida. Rodeados de gente of course. Y así no se puede. Cualquier día la invitaré a tomar unas copas. Ya veremos que pasa. Aunque no se si me conviene. Sería otra vez lo mismo. ¡Qué jodido ser hombre!. Parece que nos encanta tropezar una y otra vez con la misma piedra. Lo aburrido sería saberse siempre el camino.

Esta tarde tengo una reunión con uno de mis clientes de cara a cerrar una campaña y el plan de acción para los próximos meses. Me apetece poco. Pero después ya no volveré a la oficina. Me pasaré por la FNAC. Mile Davis.“Cool & Collected".

Por cierto. Ayer me llamó Carla, la excompañera de Universidad gafas pantalla XXL que me encontré en La Latina. Hemos quedado para cenar esta semana. En mi casa.

Ya os contaré.

sábado, septiembre 16, 2006

AFORTUNADOS ENCUENTROS INESPERADOS

Son las 17:15 y acabo de levantarme. Llevaba unos 45 minutos despierto dando vueltas en la cama. Solo, muy a mi pesar. Pura pereza. 135 cm de egoista individualidad. Pese a la constante música de fondo que actua como banda sonora de mi vida, son muchos los momentos de silencio que comparto conmigo mismo y que me ayudan a autoconocerme. Creo que me he vuelto más individualista, más independiente de la gente. Cuando trabajas en un entorno donde la actividad social marca la agenda del día, resulta necesario tener un ricón donde disfrutar de forma plena de esa soledad buscada voluntariamente. Yo, por suerte, he conseguido tenerlo. O eso quiero creer, porque al final mi apartamento se ha convertido en parada y fonda de amigos y conocidos que cual bar se tratase pretenden pasarse a tomar un Gin&Tonic al salir estresados de su oficina o venir a contar sus penas de amores a este camarero eventual en el que me he convertido. No me quejo. A mi también me gusta.

Anoche quedé con una excompañera de universidad con la que me había reencontrado semanas atrás una de esas tardes de domingo en La Latina entre cañas, vinos y callejeros desfiles de modelos aficionadas que disfrutan dejandose ver bajo sus gafas pantalla XXL. Ella por supuesto era una de esas. Como el 85% de las mujeres que pueblan el sector en el que trabajo. Carla, efectivamente, también pertence al gremio. Hacía al menos tres años que no la veía y tras ponernos brevemente al día de nuestras respectivas vidas y el consiguiente intercambio de tarjetas, quedamos en llamarnos para cenar y tomar unas copas. En la Universidad habíamos mantenido un trato cordial, compartido muchas noches de copas y tonteado más en broma que en serio, pero no habíamos llegado a más. Imagino que nunca se dió el momento oportuno. El caso es que esta semana la llamé. No cogió el teléfono (Puede que estuviera ocupada, que la hubiera cogido por sorpresa o simplemente que quería hacerse la intersante), pero devolvió la llamada treinta minutos después. Quedamos en vernos el viernes noche (ayer). Obvia decir que pese a que la intención primigenia era intercambiar actualizaciones de nuestra vida y echarnos unas risas recordando los años universitarios, no iba a dejar pasar la oportunidad de que sucediera aquelló que se nos escapó cuando compartiamos facultad.

Quedamos a las 22:00 y llegó con 20 minutos de retraso que se le disculparon al comprobar el esfuerzo que había puesto para lucir bien en esta ¿cita?. Era viernes, había salido tarde de trabajar y se había pasado por su casa para arreglase cuando la ocasión a priori no debería merecerlo ya que se suponía solo un encuentro entre excompañeros de universidad. Empezabamos bien. Por eso de que nos habíamos reencontrado allí decidimos ir a la Latina. Cenamos rollo informal en el Corazón Loco y nos tomamos allí mismo la primera caña/copa de vino blanco. Seguimos en el clásico Bonano y nos pasamos al momento mojito en el ENE. Las risas derivadas de recuerdos y anecdotas fueron dejando paso a un coqueteo cada vez más descarado. Tras el primer "¿Y por qué crees que nunca pasó nada?" nos fuimos al Marula donde entre copa y copa se asomó un tímido y peliculero "habrá que recuperar el tiempo" que despertó ese ansia sexual que llevaba toda la noche agazapado esperando el momento de aparecer. Propuse coger un taxi para tomar la última en mi casa. Aceptó y a los 25 minutos estaba sentada en mi sofá mientras le servía un Barceló con Cocacola. Había puesto un disco de Jazz brasileño que me acababa de comprar esa misma tarde y las voces de Joao Gilberto y Carlos Jobim parecían animar a subir la temperatura. Bebimos, vimos fotos, seguimos bebiendo, nos reimos y coqueteamos hasta que conseguí robarle un beso. Solo uno. Después se fué. Bajamos de nuevo a la calle y la acompañé a coger un taxi. Se montó justo después de decidir que nos quedaba pendiente una cena en mi casa. Por supuesto acepté. Cerró la puerta, sonrió y el taxi arrancó. Volví a subir a mi apartamento, cerré la puerta, y dí el último trago a una copa que había quedado a medias. También sonreí. Está claro que a ella le encanta jugar. Lo que no sabe es que a mi me apasionan los retos.

Os iré contando.

lunes, septiembre 11, 2006

PETE VICETOWN

Me llamo Pete. Pete Vicetown. Se que suena a falso, como a villano de tercera en peliculas de gansters de serie B. No me importa demasiado que no os creais mi nombre. Efectivamente es falso. En realidad da igual como me llame. Mejor no decirlo. Probablemente acabe contando cosas demasiado personales que podrían molestar a terceros. Y no, ese no es mi estilo.

Tengo veintimuchos años, una licenciatura por una universidad privada, varios Másters, un trabajo semifijo (nada ya es seguro ahora) y un listado aceptable de compañeras de cama. También tengo buenos recuerdos, alguna mala experiencia, un puñado de discos, otros tantos libros, un ordenador portatil y cuatro copas de cocktail. Normalmente hago uso de todo a la vez. Bebo mientras leo, escucho música mientras escribo y me emborracho con recuerdos de tiempos pasados que no mejores.

Soy publicista. Trabajo en una agencia multinacional de publicidad y me dedico a engañar a la gente. A decirle que es lo que le tiene que gustar. A definir que es lo cool, que hay que hacer y/o tener para ser el más trendy, donde tienes que ir, como tienes que vestir y a quien te tienes que follar. O al menos a tratar de ello. Sin que se enteren, claro.

Vivo solo en un apartamento de unos 40 m2 en la "milla de oro" de Madrid. Me cuesta un buen dinero cada mes, pero estoy convencido de que merece la pena. Me siento bien en mi casa, he conseguido que sea muy yo. El hecho de vivir en soledad y que todo el espacio me pertenezca ha hecho que me vuelva más ordenado. Casi maniatico. Libros alineados, ningún CD fuera de su estuche. Algo impensable años atrás. Pero llevo bien esta metamorfosis. Juana, la asistenta que viene tres veces por semana, está encantada porque dice que cada vez le doy menos trabajo. No sabe que de seguir así quizá en breve ya no la necesite. Seguro que entonces no se alegra tanto. Si sigue conmigo es porque consigue que mis camisas huelan de una forma especial.

Puedo pecar de frívolo en determinadas ocasiones, casi de esnob incluso. La humildad viene al reconocerlo y aceptarlo. Extrovertido de cara a la gente, disfrazo con descaro mi timidez para reservarme mis sentimientos. En muchas ocasiones he sido un cobarde y en otras muchas he pecado de valiente. Aun así nunca me han dado demasiadas ostias. Siempre he tenido una flor en el culo.

He abierto este blog para contar cosas. No se muy bien qué, ni como, ni cuanto, ni cuando. Tampoco se si me aburrire pronto, si escribiré a menudo o si algún día me leerá alguien. No lo se. No me importa.