domingo, julio 20, 2008

SOLTERO TRANQUILO

Ximena se fue igual que llegó. El prieto culo que me esperaba en la esquina de Gran Vía con Fuencarral meses atrás, subía ahora las escaleras de un autobús con rumbo al sur. Siendo esta vez más conscientes que cobardes, nos dejamos ir de nuevo, cambiando el hatillo de recuerdos por un baúl de mudanzas. Un guiño y una sonrisa desde el asiento 24 puso punto y final a una despedida anunciada que había durado 10 meses y cientos de noches.
Nunca pensó en quedarse. Yo nunca supe si quería que lo hiciera.

40 minutos después yo subía en otro autobús en dirección opuesta para pasar las Navidades con mi familia.
6 horas antes tenía su cuerpo a menos de 1 cm del mío.
6 horas después estábamos a casi 1.000 km de distancia.
6 meses más tarde esa distancia no había bajado nunca de 600.

En la fiesta que organizó en su apartamento por su 26 cumpleaños Andrea me presentó a su amiga Belén. Como siempre, llevaba meses sin saber nada de ella cuando me llamó para invitarme. Después de la mutua actualización vital con tres amoresparatodalavida, dos cortes de pelo a lo garcon y un nuevo cambio de trabajo, su “No puedes faltar. Quiero que conozcas alguien” hizo que decidiera ir acompañado de Alex.

El apartamento de Belén no había cambiado demasiado desde la última vez que había estado en el. Mismos colores verdes y rojos, casi idénticos cuadros warholianos, y la eterna lucha de Muji y Düoh con Ikea por el dominio de muebles y accesorios. Las fotos de un veinteañero sonriente habían sido sustituidas por AndreaenRoma, AndreaenBerlín y AndreaenLondres. Mismo gesto. Misma pose. Ni Coliseo, ni Puerta de Brandemburgo ni Big Ben. Testaccio-Ostiense, Friedrichshain y Shoreditch. La quincena de invitados se repartía entre el salón, la cocina y un continuo ir y venir a por hielo. Belén y Alex se liaron sin llegar a salir del apartamento. “Ya no quedan. Se te adelantan en todo.” Me dijo Andrea riendo cuando le pedí un vaso de cristal para no seguir bebiendo en plástico mi solitario Gin&Tonic que acabo convirtiéndose en tres.

Una hora más tarde Andrea lideraba su club de amigas poppies camino del Elástico y yo decidí irme a casa. Augusto Figueroa y Fuencarral hasta coger un taxi en Gran Vía. Sin saber muy bien porqué giré en la calle de la Reina y caminé hasta el Cock, antiguo reservado de Chicote, cuna de leyendas del Madrid más noctámbulo y hoy coctelería de culto por fondo y forma, con la intención de tomarme un Gin Fizz antes de acostarme. Buenas copas, techos altos y una variopinta fauna nocturna en forma de parroquia habitual. No podía pedir más esa noche. Al ver la cola en la puerta decidí quedarme 60 metros antes y entrar en Del Diego sin Gin Fizz ni Belenes ni sueño. Al llegar a la siempre resplandeciente barra, la duda ante la amplísima oferta de posibles combinados se reflejaba en mi cara. “¿Puedo ayudarle?”. Me atendió amable el camarero vestido de smoking. “Póngame lo que quiera”.
Vodka, lima, calvados y curaçao azul. Trago largo. Bueno. Muy bueno
"¿Cómo se llama?". Pregunté curioso.

- “Soltero tranquilo”.
Respondió una voz femenina a mi lado.

- "Y yo, Raquel."